martes, 15 de mayo de 2007

caminos de asturias

Como es bien sabido, ya la humanidad protohistórica de las Asturias se comunicaba a través de los puertos secos, entre cresterías. Uno de los cuales era el que después se llamó de Valgrande o Pajares. Varios de esos «pasos de cabras» de los indígenas, fueron, sin duda, utilizados, ampliados y mejorados, principalmente con fines logísticos, por los romanos, que los convirtieron en calzadas militares secundarias a partir del siglo I, con lo cual ya tenemos, para el camino de Pajares, una venerable antigüedad de dos mil años. Consolidada la «paz octaviana», la senda que iba de Gijón a León quedó firmemente trazada y poblada. A sus orillas se levantaron las «mansiones», que eran lo que nuestras ventas o paradores o lo que losreíais” franceses. En sus inmediaciones se empezaron a beneficiar «villas», feudos agrícolas, uno de los cuales debía de quedar muy cerca del actual Oviedo, aproximadamente en el lugar que hoy ocupan los monumentos del Naranco.

Desde León, castro y sede del legado imperial, el camino seguía, con bastante aproximación. La actual carretera penetraba por Valgrande en la actual Asturias y, faldeando montañas, llegaba a la «mansión» de Memoriana, por donde ahora se sitúa Pola de Lena, y de allí seguía a la «mansión» de Lucus Asturum, cerca del actual Lugo de Llanera. Es de suponer que esa ruta venía por el Padrún y bordeaba muy de cerca el Naranco, pues hay que tener en cuenta que se trataba de una vía estratégica para servir principalmente a los puestos militares que existían permanentemente o se montaban en las cumbres en caso o ante síntomas de rebeliones.

La Monarquía asturiana, ya consolidada y con sede en Oviedo desde Alfonso II, utilizó y cuidó indudablemente ese camino, sobre todo durante los reinados de Ordoño I y Alfonso III, ya proyectados francamente a la expansión colonizadora sobre la meseta. Por ese impulso astur, la ciudad de León dejaba de ser ruinas y renacía para cabeza de un reino. El camino de Pajares y de otros puertos, especialmente el de la Mesa, vivió entonces, siglos IX y X, un intenso tránsito merced a las empresas militares y a la colonización de las «presuras». Con el traslado de la corte a León, estas vías perdieron importancia estratégica, militar y política, pero en cambio la venían ganando, día a día, como caminos de peregrinaciones. Asturias, desde la rústica corte praviana de Santianes, había «descubierto» la estancia del apóstol Santiago en España; poco después le inventaba un sepulcro en los linderos de la «finis terrae» y, con tal motivo, fundaba la sede compostelana e inauguraba, con el viaje regio de Alfonso II, la romería de más importancia y trascendencia histórica de la cristiandad. Dos puntos brillaron, desde entonces, con luz de vida en la maravillosa geografía espiritual de la Edad Media: San Salvador de Oviedo y Santiago de Galicia. Y entre los dos grandes caminos que llevaban al apóstol, el antiguo costanero y el posterior o «francés», este otro camino de León a Oviedo por Pajares era la más importante travesía para los buenos romeros que no querían prescindir de la saludable adoración al San Salvador de Oviedo. La fundación de Santa María de Arbas, el San Bernardo español, es una buena prueba de la importancia de este itinerario. Por él pasó un día El Cid, acompañado del Rey, hacia el Oviedo de su Jimena, para adorar reliquias y hacer de buen juez. También se sitúa en ese camino la sangrienta leyenda del supuesto viaje de Sancho de Navarra, de cuya fábula nació el asturianísimo refrán:

Si la ficiste en Payares, pagástela en Campomanes”.

Ese camino lo recorrieron los reyes Alfonso VI, Alfonso VII, doña Urraca la asturiana, Pedro I y otros. Durante la baja Edad Media, el camino de Pajares vio aumentar su tránsito y su tráfico. Los mercaderes de León y Castilla lo recorrían para llegar al puerto de Avilés y a los mercados de Oviedo. El camino se convierte entonces en uno de los personajes más importantes de los famosos fueros avilesino y ovetense. En torno a él, menudean las disputas económicas por los portazgos y se riñen enconadas luchas feudales entre reyes, obispos y señores, feroces y rara vez magnánimos. Sobre su parte más fragosa se alza el formidable castillo de Tudela, que casi siempre daba seguridad y amparo al «iter faceré» de las recuas traficantes, pero desde cuyas torres solían también bajar algunas malas voces, omes tortizeros que mataban, robaban o cautivaban a peregrinos y mercaderes.

En los siglos XVI, XVII y XVIII, tiempos de paz y seguridad interiores y de auge para Asturias, el camino de Pajares fue mejorado. De él se ocuparon con alguna frecuencia la junta del Principado, los cabildos catedralicios (como en tiempos del obispo Muros en que se hicieron importantes mejoras) y municipal de Oviedo y, posteriormente los regentes de la Real Audiencia, que eran gobernadores generales del Principado. Pero la vía más usual durante esos últimos siglos, fue el camino que va por los puertos de Mesa y Ventana, pasando por Peñaflor. Ofrecía la enorme ventaja de ir siempre por los altos cordales, acumular menos nieve y, en lo militar, evitar las emboscadas de los desfiladeros. Los emplearon los romanos desde Astorga, los moros en varias campañas, la última en tiempos de Hixem I, y, modernamente, los napoleónicos y los carlistas.

Para la construcción y conservación de caminos existía en Asturias, desde tiempo inmemorial, la popular institución llamada sextaferia, o sea la prestación personal bien por propio trabajo, bien pagando a un jornalero. El nombre le venía de ser los viernes los días dedicados a esa labor de beneficio comunal. El camino Peñaflor - La Mesa fue el gran camino de la arriería y de la estudiantina renacentista y barroca. Por él entraron los soberbios mármoles que labró Pompeio Leoni para el monumento funeral del arzobispo Valdés, en Salas, y por él salió el quimérico Gil Blas, que es el universal héroe pícaro de Asturias; por él nos llegó Feijoo y se nos fue el doctor Casal. Ese camino de La Mesa fue el único que pudo ser pasado por un coche, cosa que hizo el marqués de Ferrera, de Luarca, que lo atravesó en su carroza un verano de mediados del siglo XVIII, hecho tan raro que Jovellanos lo cita como memorable y al que se dedicaron coplas populares y hasta ironías eruditas, recordando a Faetón y al viaje de los Argonautas.

La moderna carretera para el tránsito rodado normal, es obra de la Ilustración. Se inicia, por orden. de Carlos III, en 1771, y para sus comienzos se destinan 540.000 reales, en parte procedentes de los impuestos de la sal en Asturias y León. De su ejecución técnica quedó encargado el famoso arquitecto de caminos Marcos de Vierna, llamado el Mc Adam´s español, que ya había construido otras grandes carreteras de la Península. Le sucedió Manuel del Palacio y más tarde se ocuparon de las obras Jacinto Abella Fuertes, gran personaje de la ilustración asturiana en Luarca y Navia, y otros, y por último, Jovellanos, que personalmente vigiló las obras y consiguió en Madrid recursos para continuarlas, en los últimos años del siglo XVIII. Por cierto que al iniciarse las obras, el cabildo catedral ovetense se negó a contribuir a ellas, pero el ilustre regente Gil de Jazz combatió tan desatinada actitud y, en un informe demostró, con copiosa erudición y buen sentido, que el clero no estaba, en España, exento de participar por el bien común. El trazado de Vierna seguía la línea Pajares-Padrún, pero hubo quienes señalaron la conveniencia de entrar por el puerto de La Mesa y bajar al valle del Trubia. Esto era lo más lógico y beneficioso para todos, pues hacia una carretera mucho más cómoda y practicable, sobre todo en los inviernos. Pero causas locales impidieron su realización. El camino de La Mesa venia a caer más cerca del puerto de mar de Avilés, y, en cambio, el otro, el de Pajares, favorecía al de Gijón. Y Jovellanos, que era un gijonés de pura cepa, noblemente apasionado por su ilustre villa natal, inclinó la balanza con la gran influencia de que disponía en aquellos momentos. Y así vemos cómo unas predilecciones personales y locales imponen por años y años a todos los asturianos el tobogán del Padrún y las dificultades de comunicación por la nieve de Pajares.

La nueva carretera suponía inmensos beneficios para todos al abrir la región al tránsito de la carretería. Los transportes a lomo eran costosísimos y penosos. Por ejemplo, en Luarca o en Avilés el vino que venía por mar desde las bodegas de Levante o Andalucía, resultaba a mitad de precio que el que se traía en reatas desde León. Los cereales, transportados de Castilla, triplicaban en Oviedo el valor que tenían en Valladolid o Medina. Campomanes, Jovellanos, Ibáñez (Sargadelos), Abella Fuertes, Toreno (padre) y demás «ilustrados» demostraron hasta la saciedad los inmensos bienes que a todos aportaba la nueva carretera. Pero la realización de ésta, por un terreno tan accidentado, costaba un dineral. Hubo que hacer puentes en Olloniego y Santullano e infinidad de alcantarillones, replanteos y obras de retén. En su mayor parte se llevaron a cabo por administración y a jornal, en vez de por contrata y a destajo, pues si bien salían más costosas, resultaban, en cambio, mucho mejor terminadas.

Al finalizar el siglo XVIII, la nueva carretera León-Padrún-Oviedo estaba prácticamente acabada. En el trozo Oviedo a Gijón circulaban ya los carruajes desde mucho antes. Pero la inmediata guerra de la Independencia retrasó su final definitivo hasta los tiempos de Calomarde. Luego, la primera guerra carlista aplazó el establecimiento de una proyectada línea regular de diligencias, que no llegaron a rodar hasta el decenio de 1840-1850. Las recuas arrieras siguieron, pues, punteando los paisajes de siempre. Una de las más famosas, en aquel tiempo, fue la del maragato Botas, hombre de proverbial honradez y seriedad, en cuyos mulos iban y venían a Oviedo funcionarios y estudiantes. Pidal, Mon, Posada Herrera y otros muchos que alcanzaron celebridad, fueron clientes de los machos de Botas cuando Fernando VII gastaba paletó.

Hasta mediados del siglo XIX, y aún después en bastantes zonas, las vías de comunicación de Asturias consistían en caminos de herradura, generalmente en mal estado. Las quejas y protestas que sobre eso pueden leerse en la prensa o en las actas de los municipios de la época, son muchas y muy fundadas. Por esos años, se desarrollaron intensas campañas en pro de los caminos, y fueron famosas las que hizo don Juan Llano Ponte, hidalgo avilesino muy popular en toda la provincia, que recorrió a caballo casi toda Asturias, y escribió innumerables artículos en los periódicos pidiendo la ampliación y mejora de la red viaria asturiana, por lo cual se le llamaba Juan Carreteras, apodo que él acabó adoptando como seudónimo de sus escritos. Después de la primera guerra carlista y sobre todo durante los largos gobiernos de los moderados, se trazaron desde el estado central amplios planes para dotar al país de modernas carreteras. Tuvo Asturias la suerte de que durante esos gobiernos figurasen en ellos y en las altas esferas de las finanzas, asturianos muy interesados por el Principado, como Pedro José Pidal, Alejandro Mon, Garcia Barcenallana y, sobre todo, Uría, que ejerció la dirección general de caminos alrededor de 1858. En esa época (1843-1868) se proyectan, realizan o inician las grandes arterias de carreteras aunque algunas de ellas no se terminan hasta el periodo de la Restauración. Se inauguran las de Oviedo a Luarca (1864), prolongadas luego hasta la Vega de Ribadeo, donde empalma con la de Ribadeo a La Coruña; la de Ribadesella a Llanes, que se une con las que siguen a Santander; la de Arriondas a Ribadesella y Villaviciosa a Gijón: de Gijón a Avilés; de La Espina a Leitariegos, que abre las comunicaciones con León por el occidente; la de Avilés a Canero, que empalma con la de Oviedo a Galicia. Todas las poblaciones importantes quedan así unidas por caminos modernos sobre los que ruedan las diligencias arrastradas por seis u ocho caballos y los pesados carromatos capaces de transportar hasta más de mil quinientos kilos en una carga. Todo esto activa el comercio, facilita los viajes, crea ventas y caseríos en los bordes de las carreteras y mejora grandemente las villas y aldeas. Puede decirse que esta red de carreteras, con sus líneas regulares de carruajes, cambia la faz de Asturias, rompe el aislamiento de zonas enteras, que en buena parte de la región seguían todavía viviendo en una autarquía económica casi medieval. Durante la dictadura de Primo de Rivera se modernizan y asfaltan las principales carreteras de Asturias durante el quinquenio 1925-1930.

Ya en 1928 se estudió la posibilidad de hacer una autopista de Oviedo a Gijón, que, desgraciadamente, no pasó de proyecto. En el decenio 1960-1970 se inician y ponen en servicio grandes trayectos de la nueva carretera de Oviedo a Santander. Los trazados de Oviedo a Gijón y de Oviedo a Galicia son notablemente mejorados. Se moderniza por completo la ingrata subida al puerto de Pajares. En 1968 se inaugura el tramo de Oviedo a Figaredo, que soslaya los difíciles puertos de la Manzaneda y el Padrún, en la carretera a León. En general, se mejoran todas las vías asturianas, donde esta clase de comunicaciones resultan difíciles y costosas por lo quebrado del país. Las carreteras asturianas, como las del resto de España y Europa, tienen el inevitable inconveniente, para nuestra época, de haber sido trazadas para el tránsito de pocas diligencias y carromatos, y por mucho que se les adobe resultan siempre deficientes para el rapidísimo incremento de los automóviles y camiones de hasta treinta toneladas de nuestro tiempo. El folklore de los caminos es en Asturias, como en todo el mundo, sumamente rico y se refleja en romances, canciones y refranes:

Pa que andes bien el camín,

lleva vino, pan y tocín;

del caminar non me quexu,

si tengo pan, vino o quesu.

Mocines de Llantrales,

¿quién vos mantiene ?

Los arrieros del puertu

que van y vienen.

En la venta del Camino

el carretero la goza

porque pellizca el peyeyu (odre)

del buen vino y de la moza.

Ya se marchen los mozos

por el Camino;

van a servir al Rey y

allá va el mió.

En Asturias, al iniciarse las modernas carreteras, se produjo un curioso fenómeno lingüístico. El pueblo llamaba «camino» (en castellano) a la carretera y «camin», con cierto sentido peyorativo, a los antiguos caminos de herradura. También en la literatura asturiana culta, en prosa y verso, son muy numerosas las referencias a los caminos. Rafael María Labra describe minuciosamente el viaje de una diligencia por Pajares. En «Clarín» y Palacio Valdés, se hacen relatos de viajes en diligencia y a caballo. Refiriéndose a una diligencia, dice un romancillo aludiendo a un viaje de Oviedo a Luarca en 1870:

Nave del Camino,

mástil es tu lanza

que lleva por velas

ocho mulas blancas...

Y baja que sube

y sube que baja.

Veinte leguas justas

hacen la jornada...

Los nerviosos cascos

en la piedra ensayan

crótalos de acero

con ritmos de marcha.

¡Treinta y dos martillos

y el Camino es fragua!

(J. E. C.)

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