viernes, 18 de mayo de 2007

FIN DE LOS TEMPLARIOS

FIN DE LOS TEMPLARIOS


"¡No me siento capaz de soportar ni un momento más esta amarga prueba... Díganme de lo que van a acusarme, señores comisarios, que estoy dispuesto a confesarme autor de la muerte del mismo Jesucristo!"

Los Templarios eran el ejército del Papa y significaban un importante centro de poder por su fuerza militar, su dominio estratégico en Europa, especialmente en Francia, y sobre todo por sus enormes riquezas, lo que les convierte en el sistema bancario más importante del mundo. Por eso un rey empeñado en afirmar su autoridad absoluta tenía que terminar con la Orden del Temple, y no por ejemplo con la del Hospital, que se comportaba y organizaba de un modo completamente distinto.

Los "sepultureros" de los Caballeros del Temple fueron el Rey de Francia, Felipe IV "el Hermoso", el Papa Clemente V y los dominicos, orden muy experta en estas jugadas. La tónica del monarca francés fue un intento de absolutismo, para lo que le estorbaban los Templarios por su exención jurisdiccional y su poderío económico, que humillaba a un soberano lleno de deudas.
Hasta el momento del proceso sólo se les achacaba su orgullo, vicio censurado hasta por los pontífices romanos que en la persona de Nicolás IV quiso unirlos a los Hospitalarios "para moderar su soberbia". Felipe IV se aprovechó de esta decantada actitud y pidió al Papado que los humillara, diciéndole que no convenía al pontificado una Orden sin control, por su excesivo poder y el peligro de una rebelión. Quién mejor ayudó al monarca fue Esquino Floriano, delincuente habitual que decía haber sido confidente de un templario en las mazmorras de Tolosa y que se proclamaba conocedor de los vicios de la Orden. Otros dicen que era un templario expulsado, sin que hayan trascendido los motivos. El caso es que el rey acogió con agrado aquel costal de infundios que, vertidos en los dóciles oídos de Clemente V, consiguieron que ordenase una inquisición contra los Caballeros del Temple. Floriano aseguraba que al ingresar en la Orden sus miembros renegaban del Salvador, pisoteando y escupiendo la cruz. Que en compensación de su celibato se les permitía la sodomía, pecado que los maestres absolvían. Que adoraban ídolos y que sus sacerdotes omitían intencionadamente en la misa las palabras de la consagración, etc.
Los intentos del francés comenzaron en Lyon, en 1305, con motivo de la coronación del arzobispo de Burdeos, Beltrán de Got, que pasaría a llamarse Clemente V. El nuevo Papa no dio impotancia al asunto, preocupado por el problema de Palestina, ocupada por los árabes, para cuya solución necesitaba de los Templarios. En 1307, Jacobo de Molay, último maestre del Temple, secundando los deseos papales de Cruzada, llegó a Francia para reclutar tropas y abastecerse de vituallas. A su paso por el país escuchó las calumnias propaladas contra su Orden y acudió ante el Papa solicitando un examen formal para comprobar la falsedad de tan burdas calumnias. Accedió Clemente V a sus deseos y así se lo comunicó al monarca francés por carta del 24 de agosto de 1307. Felipe IV, dispuesto a apoderarse de los bienes del Temple, y aconsejado por su ministro Guillermo de Nogaret, decidió adelantarse. El 12 de octubre de 1307, a la salida de los funerales de la condesa de Valois, el maestre Molay y su séquito fueron arrestados y encarcelados, lo mismo que todos los Templarios franceses, y confiscados sus bienes bajo pretexto de la inquisición.
Para mitigar el escándalo y consternación que produjo el hecho, el Rey publicó un manifiesto redactado por Nogaret en el que se recogían todas las injurias, ignominias y abominaciones imaginables contra la Orden, involucrando al Papa en el acto. Cuando éste se enteró de la detención y del proceso, reprendió al monarca y envió dos cardenales, Berenguer de Frédol y Esteban de Suisy, para reclamar las personas y bienes de los encausados. Los purpurados, que debían sus cargos al monarca francés, consiguieron convencer a Clemente V de la buena fe real y enconar su ánimo contra los procesados. Felipe IV consiguió la facultad de juzgar a los miembros franceses de la Orden del Temple y administrar sus bienes. Por medio de la tortura, la Inquisición obtuvo las declaraciones que deseaba, pero estas confesiones fueron revocadas por los acusados en la hora de su muerte en el suplicio, lo cual echa por tierra su probatoriedad. Sin embargo las confesiones obtenidas convencieron al venal Clemente V, quién ordenó un proceso en todo el mundo. Sin embargo se alzaron tantas voces de protesta, que el pontífice, por la bula Faciens misericordiam, del 12 de agosto de 1308, mandó formar comisiones diocesanas en toda la Cristiandad presididas por el obispo, dos canónigos y dos parejas de dominicos y franciscanos, para escuchar a los Templarios que desearan defender su Orden.
Las comparecencias debían dar comienzo el 12 de abril de 1309, en París, aunque tardaron varios meses en comenzar, hasta el 22 de noviembre de ese mismo año. La ausencia de torturas y un encarcelamiento más propio de religiosos, provocó que una tras otra todas las acusaciones fueran desmentidas por los caballeros sometidos a interrogatorio, pues las retracciones nacían de la reflexión y no del miedo, lo que comenzó a poner a las gentes a su favor. Pero Felipe IV y sus compinches no podían permitir esa situación, por eso recurrieron a todas sus influencias, para que se organizase con la mayor urgencia un concilio ecuménico de Sens. Lo consiguieron en cinco meses, y fue anunciado por el Papa en la bula Regnan in coelis, la celebración de un concilio en Sens, donde se trataría el problema de los Templarios.
Se inició en Abril de 1310, pero días más tarde empezaron a ser llevados a la hoguera cincuenta y cuatro templarios en las proximidades del convento de Saint-Antoine, por orden del monarca de Francia. Los inocentes fueron llevados a la muerte más atroz sobre unas pilas de leños, elegidos para que ardieran lentamente. De esta forma el suplicio resultó más inhumano. Testigos de este crimen múltiple dejaron escrito que las víctimas murieron proclamando su inocencia, reconociendo la injusticia que se cometía con su Orden y, por último, se pusieron en manos de Dios.
Además, siguieron quemándose a templarios por distintos puntos de Francia, sin esperar a que se dictaran sentencias definitivas. Unas veces eran los obispos los que firmaban las órdenes, y otras el inquisidor general Guillermo de París, fiel servidor de Felipe el Hermoso. ¿Por qué se dejaron apresar los miembros de la más formidable fuerza militar del mundo occidental? Una de las razones fue sin duda la avanzada edad de la mayoría de los Templarios que vivían en Francia. Después de servir un tiempo en Oriente, muchos habían regresado a Europa para ocupar puestos en la administración. Las caballeros más jóvenes habían sido enviados a Chipre, y en 1307, más del setenta por ciento de la fuerza templaria había sido reclutada en los últimos siete años. En Chipre se preparaban para la acción militar: habían peleado con los sarracenos por Tortosa y esperaban una invasión de la isla por parte de los mamelucos.
En el Concilio de Vienne, entre el 16 de octubre de 1311, y el 3 de abril de 1312 el Papa anunció la supresión del Temple. Los teólogos del concilio eran casi todos franciscanos y dominicos, y ambas órdenes se distinguían por su animosidad y envidia contra los acusados. Antes, los secuaces del rey francés habían recurrido de nuevo a las torturas y nuevamente afloraron las confesiones de adoración demoníaca, prácticas sodomitas y de otros pecados demenciales. La pantomima se había preparado meticulosamente, con ensayo previo incluido y no parecía que nada pudiera fallar a la hora de llevarse a cabo ante el público. Sin embargo, los primeros acusados que se presentaron ante el tribunal defendieron al Temple y amenazaron con poseer un ejército de dos mil Templarios escondido y listo para liberarles, pero ningún ataque se produjo, y por ello los siguientes meses, como nadie se ponía de acuerdo para escoger a los defensores de los Templarios (Jacobo de Molay renunció a ello por ser analfabeto) se parecieron más al teatro que deseaban los detractores de la Orden. A puerta cerrada, los "actores" representaban los papeles que se les habían asignado, sin despertar ninguna emoción. La bula de supresión, Vox in excelso, se firmó el 22 de marzo y se leyó el 3 de abril públicamente.
Por la bula Ad providam, el 2 de mayo de 1312, Clemente V otorgó los bienes de la extinta orden a los caballeros de San Juan de Jerusalén, es decir los Hospitalarios, pero no pudo evitar la depredación por parte de Felipe el Hermoso, quien no sólo no devolvió el dinero que debía al Temple, alegando que cánones prohibían pagar deudas a los herejes, sino que se presentó cínicamente como acreedor de grandes sumas, por lo que los Sanjuanistas hubieron de entregarle 200.000 libras tornesas. El día 6 de ese mes, el Papa dictó bulas para que los "reconciliados y arrepentidos" serían confinados en monasterios y condenados a cadena perpetua. A los cuatro máximos dirigentes del Temple se les reservaba otro juicio más severo, que se celebró el 18 de marzo de 1314.
En esa fecha, fueron colocados Jacobo de Molay (maestre) Godofredo de Charney (maestre en Normandía), Hugo de Peraud (visitador de Francia) y Godofredo de Goneville (maestre de Aquitania) encima de un patíbulo alzado delante de Notre-Dame, donde se les comunicó la pena de cadena perpetua. Pero cuando estaba dando comienzo la ceremonia, y mientras los delegados pontificios leían los crímenes y herejías, los máximos representantes de la Orden, los cuales ya llevaban siete años en prisión, se adelantaron para dirigirse abiertamente a las gentes de París, y fue Jacobo de Molay el que exclamó: "¡Nos consideramos culpables, pero no de los delitos que se nos imputan, sino de nuestra cobardía al haber cometido la infamia de traicionar al Temple por salvar nuestras miserables vidas!"
Así habló el último maestre del Temple, con voz alta y firme, ante los cardenales, frente a los representantes del rey y delante de las gentes. Los "arrepentidos" habían dado un vuelco total a la situación. Todo París no hablaba de otra cosa y se había provocado un escándalo que no podía ser tolerado. Incluso se temió el estallido de un motín.
Aquel mismo día, con la puesta de sol, se alzó una enorme pira en un islote del Sena, denominado Isla de los Judíos, donde los cuatro dirigentes fueron llevados a la hoguera. Según se cuenta, antes de ser consumido por las llamas, Jacobo de Molay convocó al Rey y al Papa ante el tribunal de Dios para antes de que transcurriera un año, con las palabras "Dios conoce que se nos ha traído al umbral de la muerte con gran injusticia. No tardará en venir una inmensa calamidad para aquellos que nos han condenado sin respetar la auténtica justicia. Dios se encargará de tomar represalias por nuestra muerte. Yo pereceré con esta seguridad".
Casualidad o no, la verdad es que antes de un año, tal y como aseguró el maestre templario antes de morir, fallecieron tanto Felipe IV como Clemente V. El primero que falleció fue el Papa, a los 37 días. Ya estaba enfermo, pero una noche fue presa de "un dolor insufrible que le mordía el vientre". Sus galenos comunicaron que había muerto "a merced de unos horribles sufrimientos". El rey francés murió el 29 de noviembre, al chocar con la rama de un árbol mientras montaba a caballo por el bosque de Fontainebleau. El golpe fue tan grave que el monarca pereció de una parálisis general, con gran padecimiento hasta su minuto final. ¿Se había cumplido la amenaza de De Molay? Lo cierto es que de esta forma, los Templarios salieron de la Historia y entraron en la Leyenda.
Desde el punto de vista de las acusaciones y los procesos montados contra ellos por los consejeros del rey de Francia, los Templarios son completamente inocentes. Los procesos son nulos de pleno derecho, alevosamente parciales, incluso aquellos que prescindieron de la tortura. Pero históricamente, la degradación sufrida por su adicción al dinero, al poder y a la política, los condena irremediablemente como culpables. No por haber traicionado a la Iglesia o a la Monarquía, sino por haberse traicionado a ellos mismos, a sus ideales y a sus orígenes.

FELIPE EL HERMOSO

El rey Felipe IV de Francia, Felipe el Hermoso, era un gran estadista. Se había rodeado de inteligentes consejeros, buenos conocedores del derecho romano y que defendían un Estado centralizado y omnipotente. Esta concepción del Estado requería un buen sistema fiscal, y el sistema feudal de recaudación de impuestos no resultaba muy eficiente. Como complemento, Felipe IV recurrió a los más diversos métodos para aumentar los ingresos del estado sin disgustar a sus súbditos: degradó la acuñación, poniendo en las monedas menos cantidad de oro y plata, aumentó los impuestos a los sectores sociales más impopulares, principalmente a los judíos, vendía títulos nobiliarios a los burgueses ricos, ofrecía a los siervos la exención de ciertas limitaciones (como la obligación de permanecer en sus tierras) a cambio de importantes sumas de dinero, etc. Unos años antes había expulsado del país a una colonia de banqueros italianos a los que confiscó sus bienes.
Felipe IV gobernaba efectivamente la mayor parte del territorio francés. La excepción principal era, naturalmente, la Guyena, en manos inglesas; luego estaba el ducado de Bretaña, cuya población conservaba más o menos fielmente sus antiguas tradiciones celtas y se mostraba más o menos indiferente al estado francés; pero la región más delicada era el condado de Flandes. El conde actual, Gui de Dampierre, había logrado el título encabezando una rebelión burguesa, y defender las exigencias de la burguesía lo llevaba inevitablemente a enfrentarse a la política centralista de Felipe IV. Lo más grave era que Flandes mantenía unas fuertes relaciones comerciales con Inglaterra: importaba lana inglesa y exportaba tejidos de gran calidad. En caso de que surgiera un conflicto entre Francia e Inglaterra, era seguro que Flandes facilitaría a los ingleses su territorio para desembarcar e invadir Francia.
Esta era la situación cuando surgió un primer roce entre ambos países. En 1295 los escoceses se rebelaron contra su rey, Juan de Baliol, al que acusaban de ser un títere de Eduardo I de Inglaterra, y para hacerles frente sin darles la razón, el monarca decidió pedir ayuda a Felipe IV, que le envió un ejército al mando del conde Roberto II de Artois. Esto no hizo ninguna gracia al rey inglés, que se dispuso a tirar con fuerza de los hilos de su marioneta. Envió también un ejército a Escocia, con el que en 1296 derrotó al ejército de Juan, que fue capturado y encarcelado. Eduardo I se proclamó rey de Escocia.
A continuación Eduardo I se dispuso a ajustar cuentas con Felipe IV, y atacó a Francia desde la Guyena. Entonces el Papa Bonifacio VIII exigió a ambos reyes que firmaran la paz. Los motivos de este imperativo pacifista eran, naturalmente, de carácter político y económico. Por una parte, Bonifacio VIII estaba en contra de que Francia empleara sus ejércitos en luchar contra Inglaterra porque quería que los empleara en luchar contra Aragón, pero más importantes aún era que los dos reyes habían aprovechado la guerra como excusa para aumentar los impuestos al clero, y eso menguaba sensiblemente los ingresos de los Estados Pontificios.
El caso fue que la guerra continuó y los impuestos al clero se mantuvieron. Como respuesta, Bonifacio VIII promulgó en febrero la bula Clericis laicos, por la que prohibía, bajo pena de excomunión, todo aumento de tasas sobre el clero sin la autorización del Papa. Eduardo I se intimidó y rectificó su política fiscal, pero Felipe IV plantó cara a Bonifacio VIII y no sólo no bajó los impuestos, sino que prohibió totalmente la exportación de oro y plata de su reino, lo que diezmaba drásticamente las rentas pontificias.
Ese año murió san Pedro Celestino, el que había sido Celestino V. En mayo los sicilianos coronaron al hermano de Jaime II el Justo, que pasó a ser Federico II de Sicilia y lanzó a Roger de Llúria y sus almogávares contra Calabria y Apulia.
El rey Carlos II de Nápoles nombró a su hijo Roberto duque de Calabria y vicario general, lo que lo convirtió en el auténtico gobernante del reino.
María de Molina, la reina de León y Castilla, venció al rey Dionisio I de Portugal y le impuso la paz de Alcañices, con lo que el infante Juan cambió de patrono y se unió a Jaime II de Aragón, que se alió con los navarros para invadir Castilla. Acordaron que Alfonso de la Cerda se convertiría en rey de Castilla, Juan recibiría León y Jaime II se anexionaría Murcia.
La decisión de Felipe IV de Francia de prohibir la exportación de oro y plata había golpeado a Bonifacio VIII más duramente de lo que éste había calculado que podía ser golpeado. En septiembre promulgó la bula Ineffabilis amoris, en la que protestaba por esta medida, pero sin la arrogancia de su bula anterior.
En París, Ramon Llull había conseguido cierto número de discípulos y se oponía al averroísmo imperante en la Sorbona. Terminó entonces el Àrbre de sciència, (Árbol de la ciencia), en dos versiones (catalana y latina), según su costumbre. Era una especie de enciclopedia alegórica sobre todas las ciencias, escrita para ser entendida con facilidad. Bajo el símbolo del árbol se distribuyen todos los aspectos del saber humano, expuestos de forma ordenada y concisa.
Marco Polo cayó prisionero durante una batalla naval entre Venecia y Génova, y fue encarcelado por los genoveses.
El rey Andrés III de Hungría se casó con Inés, hija de Alberto I de Habsburgo.
Ese año murió el conde Florencio V de Holanda, que fue sucedido por su hijo Juan I.
También murió el conde de Lancaster Edmundo el Jorobado, hermano del rey Eduardo I de Inglaterra, y fue sucedido por su hijo Tomás.
El rey siamés Mangrai se había adueñado de numerosos territorios que habían estado bajo el dominio de Angkor. Ahora fundaba Chiangmai (la ciudad nueva), y la convirtió en su nueva capital.
En 1297 el rey Eduardo I de Inglaterra dio el paso esperado en su guerra contra Francia: invadió el país, no por Guyena, que quedaba muy lejos de París, sino por Flandes, en alianza con el conde Gui de Dampierre. También se alió con el emperador Adolfo de Nassau, si bien éste pudo prestarle poca ayuda, ya que tenía que hacer frente a su rival Alberto de Habsburgo.
Mientras tanto los escoceses llevaban mal el dominio inglés. En abril se formó una resistencia dirigida por William Wallace, que atacaba por sorpresa a los destacamentos ingleses. Entre sus seguidores estaban Jacobo, el senescal de Escocia y Robert Bruce, uno de los que habían pretendido la corona tras la muerte de Margarita de Noruega. Tenía ahora veintitrés años. Se había educado en la corte de Eduardo I y el año anterior le había jurado fidelidad.
Por otra parte, el Papa Bonifacio VIII terminó rindiéndose ante el bloqueo económico que le había impuesto Felipe IV. Llegó a un acuerdo por el que aceptaba el derecho de Felipe IV a imponer al clero los impuestos que considerara oportunos (que habían aumentado aún más a raíz de la guerra en Flandes) y a cambio éste levantaba el bloqueo. Como muestra de buena voluntad, Bonifacio VIII canonizó a san Luis, el abuelo de Felipe IV.
En septiembre William Wallace obtuvo la resonante victoria de Stirling sobre el ejército inglés. Sus filas se engrosaron y los nobles escoceses lo nombraron regente. Eduardo I tuvo que abandonar la guerra en Francia para volver a Escocia. No tardó en derrotar a Robert Bruce, pero Wallace seguía siendo una seria amenaza. Felipe IV aprovechó la situación para tomar poco a poco las principales ciudades flamencas.
Bonifacio VIII, viendo que había perdido el apoyo francés, buscó el del rey de Aragón Jaime II el Justo y se aprovechó de su debilidad por los pactos. Le exigió que cumpliera lo acordado en Anagni, y Jaime II así lo hizo: devolvió las baleares a Jaime II de Mallorca y se dispuso a convencer (por las buenas o por las malas) a su hermano, el rey Federico II de Sicilia, para que renunciara a su corona. Por su parte, Bonifacio VIII publicó la bula Super reges et regna, por la que donaba a Jaime II, en calidad de vasallo suyo, las islas de Córcega y Cerdeña (aunque en la práctica ambas siguieron dominadas por Génova). Además, reconocía a Roberto, el hijo del rey Carlos II de Nápoles, como heredero del reino. Se estipuló también el matrimonio entre Roberto y Violante, hermana de Jaime II de Aragón.
Ese año murieron el emperador Juan II de Trebisonda, que fue sucedido por su hijo Alejo II Comneno; el príncipe de Morea, Florencio de Hainaut, que dejó únicamente una hija pequeña, Matilde, por lo que el título volvió a su esposa, Isabel de Villehardouin; y el burgrave de Nuremberg, Federico III, que fue sucedido por su hijo Juan I, bajo la tutela de su tío Conrado II.
El rey Eduardo I de Inglaterra estaba arrasando Escocia, hasta que en julio de 1298 derrotó al ejército de Wallace en Falkirk. La mayor parte de los barones se sometieron a Eduardo I y Wallace abandonó la regencia, pero continuó la lucha. Entre los rebeldes que se sometieron al rey inglés estaba John Comyn, al que Eduardo I nombró regente.
El rey Jaime II de Aragón no pudo convencer a su hermano, el rey Federico II de Sicilia, para que cediera la isla a Carlos II de Nápoles, así que el rey Justo, fiel a lo convenido, se enfrentó a él. Roger de Llúria estaba sirviendo a Federico II, pero ahora se alineó con Jaime II y, en una campaña en la que tomó parte el propio Jaime II, asedió Siracusa, aunque fracasó en el intento.
El rey Felipe IV de Francia concedió a su hermano Luis, que acababa de cumplir veintidós años, los condados de Evreux, Etampes y Beaumont-le-Roger.
Adolfo de Nassau murió en la batalla de Gölheim frente a su rival, Alberto de Habsburgo. Éste fue entonces reconocido como rey de romanos y coronado en Aquisgrán como Alberto I. Sin embargo, el Papa Bonifacio VIII no accedió a coronarlo emperador. Al contrario, terminó excomulgándolo. Alberto I traspasó el ducado de Austria a su hijo Rodolfo III.
También murió el duque Alberto II de la Alta Sajonia, que fue sucedido por Rodolfo I. Lo que había sido la marca de Brandeburgo se había dividido y repartido hasta el punto de que en los últimos años había llegado a tener ocho margraves. Ahora quedaban cinco, entre ellos Otón IV, que murió y fue sucedido por su hijo Hermann.
En 1299 los reyes Eduardo I de Inglaterra y Felipe IV de Francia firmaron la paz con el matrimonio del primero con Margarita, hermana del segundo (la primera esposa de Eduardo I, Leonor de Castilla, había muerto nueve años atrás). Eduardo I quería tener las manos libres en Escocia y Felipe IV en Flandes. El rey inglés organizó Escocia bajo el gobierno de un consejo de regentes, en el que figuraba, entre otros, Robert Bruce.
El almirante Roger de Llúria infligió dos derrotas a al rey Federico II de Sicilia una en cabo Orlando y otra en Ponsa. La primera de ellas fue especialmente sangrienta, pero Jaime II de Aragón no quiso acabar personalmente con su hermano y poco después regresó a Cataluña. Sus generales prosiguieron la guerra.
Juan Manuel, el sobrino de Alfonso X el Sabio, a sus diecisiete años, se casó con Isabel, hija del rey Jaime II de Mallorca.
Marco Polo salió de la cárcel. En prisión había conocido a un escritor pisano llamado Rustichello, que escribió el Libro de las Maravillas del Mundo, en el que narra las aventuras del veneciano. Por razones de difusión, en lugar de escribirlo en italiano lo hizo en francés. El libro se hizo muy popular, si bien muchos dudaron de su veracidad. Uno de los fragmentos que más interés despertaron con el tiempo fue la descripción que hace del país que los chinos llamaban Jepen Kuo (el país del sol naciente, es decir, Japón), al que Marco Polo llama Cipango. Dice que está habitado por "gentes blancas, de delicadas maneras y hermosas". Son idólatras y, sobre todo, tienen oro en grandísima abundancia. Las perlas también abundan, de suerte que con ellas se llenan las bocas de los muertos. También tienen muchas piedras preciosas, y todas estas riquezas no salen de la isla, pues se halla demasiado alejada y los mercaderes no osan llegar hasta allí.
El emperador bizantino Andrónico II se casó con Ana, hija del rey Esteban VI de Servia.
Ese año murió el rey de Noruega Erik Magnusson Prestehater, que fue sucedido por su hermano Haakon V, que ya llevaba años gobernando el país con el título de duque.
También murió sin descendencia el conde Juan I de Holanda, y el condado pasó a su primo, el conde Juan II de Hainaut.
HISTORIA
Orden de los pobres caballeros de Cristo
"La orden del temple es el gran agujero negro y, a la vez, pieza clave del medievo en Europa. El gótico de las catedrales, las leyendas de caballería, las Cruzadas y todo cuanto digno de mención ocurrió entonces está firmado por su mano invisible"
(MUY INTERESANTE nº 76)
Septiembre 1.987

Nunca se sabrá que objetivos llevaron a Jerusalem en 1.118 a Hugo de Payns y a sus ocho acompañantes, entre los que se encontraba Godofredo de Saint-Audemar, pero sí sabemos con certeza que fueron los fundadores de la Orden del Temple, asociación religiosa que intentaba armonizar la vida claustral y ascética del monje con la profesión Militar, teniendo por fin la defensa de los peregrinos que llegaban a Tierra Santa.
En aquel entonces reinaba Balduino I, quien brindó una calurosa acogida a los "pobres soldados de Cristo", como Hugo de Payns y sus ocho caballeros se hacían llamar.
Pasaron nueve años en Tierra Santa, alojados en una parte del palacio, que el rey les cedió, justo encima de las caballerizas del antiguo Templo de Salomón (de ahí el nombre de caballeros del Temple o Templarios).
Cuando regresaron a Europa en 1.127, encabezados por Payns, fueron recibidos con los más altos honores, y allí les esperaba el padre invisible de la Orden, Bernardo de Clairvaux (que Dante situó en su "Divina Comedia" como el único hombre con acceso al cielo más elevado). Fue este monje quien redactó los reglamentos de la Orden y convocó el Concilio de Troyes en 1.128, al cual asistió el propio Papa Honorio II, donde fueron reconocidos oficialmente y se les impuso un manto blanco como distintivo; más tarde, Eugenio III, añadió una Cruz Roja Octogonal.Los rangos y honores que se establecieron en la orden fueron:
Sirvientes (aspirantes)
Escuderos
Caballeros
Priores comendadores
Maestres
Gran Maestre
Cuando se llegaba a ser nombrado caballero, se juraba cumplir con los votos de pobreza, castidad y obediencia, con ello todos los bienes del recién iniciado pasaban a formar parte de la orden.
Su desmesurado crecimiento material se debía a varias razones. En 1.139 consiguieron una bula papal que les excluía de la jurisprudencia, tanto civil como eclesiástica, con lo que no volvieron a rendir cuentas ni a reyes ni a obispos, únicamente al Papa. Además de los testamentos y donativos que recibían, también estaban las grandes fortunas de los nobles que entraban a formar parte de la orden. También podían recolectar dinero en todas las iglesias de occidente, una vez al año. Obtenían grandes beneficios comerciales con todo el excedente que obtenían de sus granjas y encomiendas.
Hacia 1.170, la Orden se extendía por toda Francia, Alemania, España y Portugal, y apenas 50 años más tarde era el imperio económico, militar, político, religioso y científico más importante de Europa con:
9.000 encomiendas (granjas y casas rurales)
Un ejército de 30.000 caballeros (sin contar escuderos y sirvientes, artesanos y albañiles)
Más de medio centenar de castillos
Una flota propia de barcos (con puertos privados)
La primera banca internacional
Era la fortuna más grande de toda Europa, hasta el punto de que reyes como el de Francia o Aragón eran deudores del Temple. Alfonso I el Batallador, nombró en su testamento, como herederos del reino a los Templarios, aunque la nobleza aragonesa se opuso y logró que renunciaran a la herencia, a cambio de diversos dominios y privilegios que consolidaron su prosperidad en el reino.
El valor de los Templarios en la guerra contra los sarracenos se hizo proverbial. Cuando los musulmanes conquistaron Tierra Santa los caballeros del Temple se instalaron en Chipre. A partir del siglo XII se establecieron en las zonas fronterizas de Cataluña, Aragón, Navarra y Castilla, posición que les permitió participar en las conquistas de territorios musulmanes.
Eran igual de eficientes con las cuentas como con las armas y la mayoría de los reyes les confiaban sus tesoros. Así a finales del siglo XII nació el primer banco transaccional, del que se tienen noticias. Incluso el rey de Francia , les confió sus tesoros y acabó siendo deudor de la orden. Este hecho junto con su conocida codicia por los bienes ajenos y el miedo que sentía por el poder militar del Temple, fue lo que le decidió a acabar con los Templarios en 1.307, iniciando un proceso inquisitorial contra la orden.
Pero a pesar de todo lo anterior, 200 años más tarde fueron destruídos, sin oponer resistencia por su parte. En Francia, en 1.314, más de 15.000 caballeros del Temple fueron arrestados, sin aviso y sin más razón que un mandato real, y condenados a la hoguera y sus bienes pasaron finalmente a la corona. Un fuerte aliado de Felipe IV, fue el visir Nogaret, maquiavélico personaje que ideó el plan para la destrucción de la Orden. También se dio la circunstancia de que en un plazo de dos años murieron, misteriosamente, dos Papas (curiosamente enemigos del rey de Francia), y ocupó el trono papal Clemente V, una persona débil y manejable, que acató todas las pruebas presentadas contra los caballeros templarios: herejía, ritos blasfemos (como escupir y pisar la cruz en las iniciaciones de los caballeros), sodomía, adoración de falsos ídolos demoníacos como el misterioso Bafomet, etc.
Nunca se pudieron demostrar estas acusaciones, aunque se conservan testimonios de caballeros templarios confesando lo que sus verdugos querían, bajo el poder de tremendas torturas.El Papa Clemente V suprimió la orden en 1.312, después del dictamen emitido por el Concilio de Vienne (1.311). En Aragón, el proceso inquisitorial se saldó con la dispersión de la orden, después de proclamarse su inocencia en un Concilio celebrado en 1.312 en Tarragona; en Valencia los bienes de la orden sirvieron para fundar la Orden de Montesa en 1.317. En Cataluña y Aragón los bienes fueron a parar a los caballeros hospitalarios y en Castilla a la corona.
El propio Jacques de Molay (XXIV Gran Maestre), fue quemado vivo el 19-3-1.314, tras siete años de prisión y tortura, frente al gran monumento gótico Nôtre Dame. Allí se retractó públicamente de cuantas acusaciones se había visto obligado a admitir, proclamó la inocencia de la orden e invitó a los culpables de todo aquello a unirse, en el plazo de un año, al juicio de Dios. Esta maldición se cumplió, el Papa Clemente V , Nogaret y Felipe IV murieron antes de finalizar el año, por causas naturales.
Después de la extinción de la orden, cayó sobre Europa una etapa verdaderamente catastrófica; el continente se sumió en múltiples guerras (período conocido como la Guerra de los Cien Años).
Pero con la muerte de Jacques de Molay no acabó la orden. Los caballeros que huyeron a otros países formaron nuevas órdenes como por ejemplo:
En Portugal la de Cristo
En Finlandia la de San Andrés
En España la Montesa
Hay escritos que señalan que un tal Marc Larmenius, sucedió a Molay en la jefatura de la Orden en Francia.
Muchas son las teorías que circulan entorno a estos misteriosos caballeros, unas dicen que encontraron el Santo Grial, otras que descubrieron el Arca de la Alianza, enterrada en el Templo de Salomón; pero nunca sabremos la verdadera historia.

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